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Inicio de una caída
Diciembre de 1983.
Las chimeneas de los Altos Hornos del Mediterráneo, que durante años iluminaron los cielos de Puerto de Sagunto con su humo y su fuego, empezaron a apagarse. La noticia del cierre definitivo de la fábrica golpeó a la comunidad como una tormenta inesperada. Lo que había sido un símbolo de progreso, de sustento para generaciones de familias, ahora se desmoronaba.
Las calles no tardaron en llenarse de voces. Los obreros, vestidos con sus cascos y monos de trabajo, salieron a protestar, levantando pancartas improvisadas y gritando por un futuro que parecía arrebatado. Sus rostros estaban llenos de rabia y desesperación, porque sabían que este no era solo el cierre de una fábrica, era el fin de una forma de vida.
Sin embargo, mientras el ruido de las protestas crecía, algo más oscuro comenzaba a gestarse en las entrañas de la fábrica. Una sensación extraña recorría los pasillos abandonados y las salas que una vez estuvieron llenas de actividad. Algo no iba bien, y aunque nadie podía verlo, todos lo sentían.
El aire, cargado de humo y tensión, se convirtió en el preludio de una tragedia que cambiaría Puerto de Sagunto para siempre. Este no era solo el principio del fin para los Altos Hornos; era el comienzo de una pesadilla que nadie podía imaginar.
Sombras bajo el acero
Dentro de la fábrica, el ambiente era irrespirable, no solo por el polvo y el humo que impregnaban cada rincón, sino por el peso de algo que no se podía ver pero que todos sentían. Los pasillos, antes llenos del sonido de herramientas y el calor del acero, ahora eran un lugar de sombras, de ecos que resonaban demasiado fuerte en el silencio.
Todo comenzó con algunos obreros que empezaron a enfermar. Lo llamaron agotamiento, estrés por las protestas y el cierre inminente, pero los síntomas no se correspondían con nada conocido. La fiebre, los temblores, y esa mirada perdida que parecían compartir se volvieron imposibles de ignorar. Uno tras otro, cayeron. Algunos murmuraban cosas sin sentido; otros simplemente se desplomaban, inmóviles, hasta que volvían a levantarse… pero ya no eran los mismos.
La policía nacional, enviada para “restaurar el orden”, encontró en esto una excusa perfecta para tomar el control. Bajo órdenes estrictas, los obreros enfermos fueron confinados en las zonas más profundas de la fábrica, sellados tras gruesas puertas metálicas y fuera de la vista de todos. Los rumores empezaron a extenderse: golpes en las puertas cerradas, gritos que nunca deberían haber salido de una garganta humana, y sombras que se movían en las esquinas aunque nadie estuviera allí.
Mientras tanto, en la superficie, la fábrica seguía siendo un símbolo de lucha. Pero bajo sus cimientos, algo peor estaba naciendo. Las decisiones tomadas en el silencio de esas paredes de acero estaban condenando no solo a los enfermos, sino también a aquellos que, sin saberlo, estaban siendo arrastrados hacia un peligro mucho mayor.
El humo seguía saliendo de las chimeneas, mezclándose con el aire frío de diciembre. Pero ese humo ya no traía promesas de trabajo ni de sustento, sino el preludio de un desastre. Las sombras en la fábrica no eran un vestigio del pasado; eran un aviso del horror que estaba a punto de desatarse.
El Grito de la revuelta
Las calles de Puerto de Sagunto despertaron con un aire más frío y pesado de lo habitual. Los obreros, con el peso de semanas de lucha en sus hombros, se congregaron una vez más frente a los Altos Hornos. Las pancartas improvisadas, los cánticos de resistencia y las miradas firmes formaban un mosaico de determinación y desesperación. Este no era un día cualquiera. Era el día en el que se decidiría si su voz podría cambiar un destino que parecía sellado.
La protesta avanzaba con fuerza, con la multitud ganando confianza en cada paso. Sin embargo, al otro lado, la policía nacional aguardaba. En silencio, en formación, sus cascos y escudos reflejaban la tenue luz de un sol oculto tras el humo de las chimeneas. Ambos bandos, separados por una frágil línea de tensión, sabían que todo podía romperse en un instante.
El instante llegó. Nadie pudo decir si fue una orden mal dada, un malentendido o una decisión desesperada, pero el eco de un disparo cortó el aire. Un obrero cayó al suelo, y el silencio duró solo un momento antes de ser reemplazado por gritos de indignación y terror. La multitud, llena de rabia, arremetió contra el cordón policial, y el caos estalló en las calles.
Mientras tanto, en las profundidades de la fábrica, algo comenzó a cambiar. Las puertas metálicas que mantenían confinados a los infectados no soportaron más. Con un chirrido ensordecedor, se abrieron, liberando a las sombras que se habían gestado en la oscuridad. Lo que emergió no eran trabajadores ni personas reconocibles. Eran algo más. Algo peor.
En medio de la revuelta, las primeras figuras deformadas comenzaron a aparecer, avanzando con movimientos inhumanos hacia la multitud. Obreros y policías, hasta hace un momento enemigos, se encontraron frente a una amenaza que ninguno comprendía. La resistencia se transformó en una carrera desesperada por la supervivencia.
El humo de la fábrica, mezclado con las llamas que empezaban a devorar los escombros, cubría todo con un aire irrespirable. Los gritos de los que sucumbían se perdían entre los pasos apresurados de quienes aún intentaban escapar. Puerto de Sagunto ya no era un lugar de lucha obrera; se había convertido en el escenario de una pesadilla.
la noche interminable
La fábrica, que durante generaciones había sido el corazón de Puerto de Sagunto, ahora ardía como un símbolo de todo lo que se había perdido. El humo negro que salía de las chimeneas se mezclaba con las llamas que devoraban las estructuras metálicas, iluminando la noche con un resplandor rojo y naranja. Las calles, que antes resonaban con los cánticos de lucha y las consignas de los obreros, ahora eran un escenario de puro caos.
En medio del desastre, los obreros que habían sobrevivido al enfrentamiento con la policía se encontraban cara a cara con un horror que nunca podrían haber imaginado. Las figuras deformadas que surgieron de la fábrica eran irreconocibles. Sus movimientos rápidos y erráticos los hacían aún más aterradores. Lo que una vez fueron compañeros de trabajo ahora eran cazadores implacables, impulsados por un hambre insaciable.
Las calles se llenaron de gritos y carreras. Las alianzas y las lealtades se rompieron rápidamente, reemplazadas por una única prioridad: sobrevivir. Algunos intentaron esconderse entre los escombros, mientras otros corrían hacia la oscuridad, buscando refugio en una ciudad que ya no ofrecía seguridad. Las barreras y barricadas improvisadas caían con facilidad bajo la fuerza de los infectados, que no mostraban piedad ni cansancio.
En una nave industrial cercana, el equipo político, rodeado por un pequeño grupo de policías, intentaba encontrar una solución. Pero el miedo se había apoderado de ellos, y sus decisiones eran cada vez más erráticas. Las comunicaciones estaban cortadas, y los rumores de lo que ocurría fuera eran suficientes para paralizar a cualquiera. Afuera, la realidad era aún peor.
El fuego, el humo y la desesperación llenaban el aire, y la esperanza desaparecía rápidamente. Puerto de Sagunto, que alguna vez fue un símbolo de lucha y progreso, se había convertido en un infierno donde solo los más rápidos, los más astutos o los más afortunados tendrían una oportunidad de sobrevivir.
El desafío te espera
La lucha ha comenzado, pero el destino de Puerto de Sagunto aún no está escrito. En las calles, los gritos de los obreros se mezclan con los ecos de algo mucho más oscuro. Los políticos están escondidos, la policía no pueden contener el caos, y los infectados avanzan. Ahora, el peso de esta noche recae sobre ti.
¿Serás capaz de tomar las decisiones correctas? ¿Unirás fuerzas con otros o seguirás tu propio camino? El reloj avanza y el humo no deja de alzarse. Solo los más audaces podrán encontrar una salida, enfrentarse a los secretos de la fábrica y sobrevivir a esta pesadilla.
La resistencia necesita manos firmes. Los infectados no esperarán. Este es tu turno. ¿Estás listo para enfrentarte al desafío?
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